Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo ESPAÑA IV …· ficha bibliográfica Nº 13 – Nº4

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Universidad de Buenos Aires Facultad de Arquitectura Diseo y Urbanismo Ctedra Arq. Carlos Pernaut HISTORIA II

ESPAA IV

ficha bibliogrfica N 13 N4

BARBARA BORNGSSER Arquitectura Barroca en Espaa y Portugal

El marco histrico Como en otros pases, tambin en la pennsula Ibrica la poca del Barroco corresponde al siglo XVII y a la primera mitad del XVIII. No obstante, su delimitacin frente a las pocas precedentes del Renacimiento y del manierismo y frente a las dcadas subsiguientes de la Ilustracin es difcil, pues justamente en el mbito cultural se desarrollan numerosas constantes que trascienden las pocas, como sucede con el mecenazgo de los Austrias o, ms tarde, con la prctica artstica de las academias. Por tanto, es necesario trazar en una introduccin el marco histrico, para poder reflejar con precisin los presupuestos que determinaron la aparicin de la cultura barroca en Espaa y en Portugal.

Con la conquista de Granada en 1492 conclua la Reconquista, la recristianizacin de la pennsula Ibrica. El mismo ao Coln descubra Amrica Para la corona espaola. Portugal llevaba ya varios aos de colonizacin de las costas africanas y, buscando siempre la va martima a las Indias, llegaba a lo que es hoy Brasil. La reparticin en el Tratado de Tordesillas de 1494 del «Nuevo Mundo» entonces conocido estableci de una vez por todas las zonas de influencia de Espaa y de Portugal. De pronto los dos reinos de la pennsula Ibrica se haban convertido en dueos de unos territorios inimaginables hasta entonces.

Obtener de este hecho un capital ideolgico y material fue tarea del siglo XVI. La iglesia catlica, en cuyo nombre actuaba la corona espaola tanto en la metrpoli como en las colonias, facilitaba la justificacin terica y los medios prcticos para defender las aspiraciones hegemnicas. Las rdenes religiosas de los franciscanos, los dominicos y, sobre todo, de los jesuitas propagaron el credo catlico en su versin espaola y de la casa de Austria por los rincones ms apartados del mundo. Smbolo y signo de esta monarqua teocrtia es el monasterio del Escorial, que Felipe II hizo construir entre 1563 y 1584.

En 1561 Felipe II trasladaba su residencia a una poblacin apenas conocida y situada en el corazn de la Pennsula: Madrid, futura capital. Tras la anexin de Portugal, Espaa dominaba del 1560 al 1640 en toda la pennsula Ibrica, en todas las regiones entonces conocidas de Amrica Centrar y del Sur y en algunas zonas de Asia y de frica. Sin embargo, la creacin de una administracin eficaz, la explotacin de las riquezas mineras descubiertas en las colonias, la evangelizacin de los «paganos» y tambin el trato con los extraos obligaron a las

metrpolis a enfrentarse con unas exigencias organizativas e ideales prcticamente insalvables. Hubo adems conflictos de poltica interior que determinaron que el «Siglo de Oro» fuese una poca llena de contradicciones.

No obstante, los sucesores de Felipe II -Felipe III y sobre todo Felipe IV- actuaron de mecenas, llamando a la Corte a pintores como Velzquez y Rubens, construyendo palacios y fomentando en general las bellas artes y las ciencias. Sus reinados, sin embargo, estuvieron marcados por una profunda inestabilidad econmica y social. Las inmensas riquezas que afluan a la metrpoli desde las colonias no se invirtieron en beneficio del pas, El dinero se destinaba a sufragar los gastos de las guerras mantenidas contra las regiones rebeldes de Catalua y Portugal, contra Francia en los Pirineos y contra los holandeses en Brasil. La administracin del imperio era desesperantemente ineficaz, la economa se estancaba -en el siglo XVII el Estado se declar en quiebra en cuatro ocasiones- y la poblacin descenda. La Inquisicin, que defenda la pureza de _la fe, y la nobleza, que defenda la pureza de la sangre, hicieron que el pas se desprendiese de importantes fuerzas productivas. La expulsin de los moriscos, con el consiguiente hundimiento de todas las ramas de la artesana, es slo una muestra de esta automutilacin.

La situacin no se estabiliz en-Espaa hasta el siglo XVIII, cuando con la Paz de los Pirineos se consolidaron las posiciones en el suroeste de Europa y, con Felipe V, un Barbn ocup el trono de Espaa. La aristocracia y el clero perdieron influencia y el fortalecimiento de las clases medias sirvi para impulsar la industria y el comercio. La mejora de la infraestructura y la explotacin de las riquezas del subsuelo determinaron la aparicin de nuevos ncleos econmicos y de nuevos centros de produccin industrial. Paralelamente surgieron centros culturales con caractersticas regionales muy marcadas. La Corte, por el contrario, segua el modelo francs. Hacia 1760 se produjo un cambio radical en el plano artstico: la fundacin de la Academia y la aparicin de un nuevo lenguaje formal clasicista anunciaban el final de la poca barroca. La arquitectura barroca espaola reflejada en la crtica La segunda mitad del siglo XVI y el siglo XVII constituyen el Siglo de Oro espaol. La pintura de Velzquez G de Zurbarn y el teatro de Lope de Vega forman parte de las creaciones ms extraordinarias del barroco europeo universalmente reconocidas. Sucede algo totalmente distinto con la arquitectura de esta poca, que se conoce prcticamente slo por los catlogos de viajes y est sometida a ideas estereotipadas. Hasta las publicaciones ms serias transmiten la impresin de que entre la construccin del monasterio

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de El Escorial y la aparicin de un «genio» de la arquitectura como Antoni Gaud, a comienzos de nuestro siglo) se abre un vaco en el que Espaa -menos an Portugal- no han desarrollado una arquitectura propia de alto nivel.

Baste citar en contra un argumento estrictamente materialista. La arquitectura barroca ibrica ha sido un artculo de exportacin realmente rentable, aceptado en toda Amrica Latina y en lejanas regiones de Asia y de frica y acreditado como un modelo flexible y extraordinariamente vital. No en vano la arquitectura ha marcado al continente americano en mayor medida -prescindiendo de la lengua- que cualquier otro producto cultural. Como soporte de contenidos ideolgicos -de tipo sociopoltico en el urbanismo o en los edificios administrativos o de tipo religioso en las misiones-, represent un papel de intermediaria entre la metrpoli y las colonias. La «transferencia» de tipos arquitectnicos, de esquemas decorativos y de formas estilsticas funcionaba tan bien que en ocasiones edificios construidos en diversos rincones del mundo se parecen ms entre s que los construidos en regiones limtrofes de Espaa y Portugal. A pesar de todo no es infrecuente que la arquitectura barroca de estos dos pases quede desplazada al captulo de «peculiaridades regionales» o de «arte popular» o bien se considere como una versin discutible de propuestas extranjeras. Concretamente, el barroco tardo espaol fue objeto de dursimas crticas. Corno dijo en 1829 el crtico de arte Emilio Llaguna y Amrola, dicho barroco se podra comparar a un papel arrugado. Se estaba refiriendo a obras que en la actualidad merecen un alto aprecio, corno la fachada de la catedral de Santiago de Compostela o el Transparente de Toledo. La metfora es tan sugestiva como negativa: el papel carece de esttica y un trozo arrugado no posee forma artstica. As se despreciaban dos exigencias arquitectnicas que, desde Vitrubio, se consideraban vlidas. La crtica se diriga contra la decoracin desbordante Y contra la configuracin no tectnica; sus destinatarios eran, aparte de las obras citadas, las construcciones de la familia Churriguera, de Pedro de Ribera y de Francisco Hurtado. Este juicio, formulado desde la esttica clasicista, no parece haber desaparecido del todo en la actualidad.

Otro motivo de las reservas, todava observables, frente a la arquitectura de la pennsula Ibrica y de sus colonias radica en que la misma parece sustraerse a una categorizacin mediante conceptos estilsticos tales como barroco temprano, barroco tardo o rococ. Este fenmeno se puede observar en el arte de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, cuyas fases se califican con los adjetivos, confusos para un profano, de «tardogtico», «isabelino» y «plateresco». Para la arquitectura de Carlos I (como emperador, Carlos V) y de Felipe II entran en juego los conceptos de «Renacimiento», «manierismo», «estilo herreriano» y «estilo desornamentado»; en el

siglo XVII hablamos de «discpulos de Herrera» y de «barroco temprano»; en el siglo XVIII estn el «churriguerismo», el «rococ espaol» o, tratndose de arquitectura cortesana, el «estilo borbnico».-. Todas estas designaciones son artificios ms o menos afortunados, derivados a partir de planos -de observacin totalmente diversos -clasificaciones por pocas, personalidades, criterios sociopolticos o estticos-.

Paradjicamente, las denominaciones estilsticas establecidas a partir de los creadores no originan una confrontacin especial con las personas de referencia en cada caso; sucede, como en los casos de Herrera o de Churriguera, ms bien todo lo contrario: cuanto ms se persiste en etiquetar con su nombre la arquitectura de toda una poca, menos se estudia la obra de cada uno de ellos. Queda as sealado un segundo punto que constituye un obstculo a la hora de abordar la arquitectura barroca espaola: sus arquitectos no tenan fama; su vida y su obra nunca jams dieron ocasin a un estudio profundo ni a la formacin de leyendas, como sucedi con Miguel ngel o con Bernini. Al contrario que en Italia, en Espaa no ha habido una historiografa propiamente dicha, que favoreciera la aparicin de una personalidad mtica con la consiguiente revalorizacin de su obra. La poca de Felipe Ill y de Felipe IV (1598-1665) El distanciamiento de las formas estilsticas del manierismo hasta formarse una arquitectura barroca autctona se extendi a lo largo de medio siglo, espacio de tiempo que viene a coincidir con los reinados de Felipe llI (1598-1621) y de Felipe IV

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